por José Luis » Lun Jun 22, 2009 1:03 pm
¡Hola a todos!
Pp. 37-41:
El jefe
de la SS, Heinrich Himmler, que cargó con la principal responsabilidad
para la puesta en práctica del programa de exterminio, afirmó
repetidamente que estaba actuando bajo la autoridad de Hitler (Fleming, Hitler und die Endlösung, pp. 62-68, 163-165). Por ejemplo, en un memorando secreto de 28 de julio de 1942 al SS-Obergruppenführer
Gottlob Berger, jefe de la SS-Hauptamt, Himmler declaró: “Los
territorios orientales ocupados están siendo liberados de judíos. El
Führer ha colocado la ejecución de esta muy difícil orden sobre mis
hombros” (“Reichsführer-SS to Gottlob Berger,” July 28, 1942, Berlin
Document Center, SS-HO, 933). Ciertamente habló en privado con Hitler en
varias ocasiones documentadas directamente sobre la política de
exterminio [Czeslaw Madajczyk, “Hitler's Direct Influence on Decisions
Affecting Jews during World War II”, Yad Vashem Studies, 20 (1990), pp. 61-65; Hermann Graml, “Zur Genesis der 'Endlösung',” in Das Unrechtsregime II, editado por Ursula Büttner (Hamburg: Christians Verlag, 1986), p. 14; Peter Witte et al., ed., Der Dienstkalender Heinrich Himmlers 1941/42
(Hamburg: Christians Verlag, 1999), p. 294]. Según el testimonio de
posguerra proporcionado por su antiguo ayudante, Otto Günsche, y su
mayordomo, Heinz Linge, Hitler mostró un interés directo en el
desarrollo de las cámaras de gas y habló a Himmler sobre el uso de
furgones de gas [Henrik Eberle y Matthias Uhl, Das Buch Hitler.
Bergisch Gladbach: Gustav Lübbe Verlag, 2005, pp. 196-197. Los pasajes
en cuestión no hacen mención de judíos y transmiten la impresión de que
las víctimas del gaseo eran ciudadanos soviéticos. El texto, cuya
procedencia y su destinatario -Stalin- se hace problemático en un número
de aspectos, continúa (véase p. 197 y nota 195) afirmando que las
cámaras de gas fueron primero establecidas, bajo orden personal de
Hitler, en Charkow (Kharkov), aunque, de hecho, ninguna cámara de gas
fue construida en el territorio ocupado de la Unión Soviética]. Aunque
su testimonio es inexacto en varios aspectos y no puede ser acreditado
con respecto al detalle, Adolf Eichmann, de hecho el “manager” de la
“Solución Final”, Dieter Wisliceny, uno de sus suplentes, y Rudolf Höss,
el Comandante de Auschwitz, todos afirmaron después de la guerra que
las órdenes que les pasaron para poner en marcha la “Solución Final”
provenían de Hitler mismo [Browning, Fateful Months, pp. 23-26; David Cesarani, Eichmann: His Life and Crimes. London: William Heinemann, 2004, pp. 91, 98-103; Martin Broszat, ed., Kommandant in Auschwitz. Autobiographische Aufzeichnungen des Rudolf Höss.
Munich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 1978, pp. 157, 180-181; Karin
Orth, “Rudolf Höss und die 'Endlösung der Judenfrage'. Drei Argumente
gegen deren Datierung auf den Sommer 1941”, Werkstattgeschichte, 18 (1977), pp. 45-47; Richard Overy, Interrogations. The Nazi Elite in Allied Hands, 1945.
London: Penguin, 2001, pp. 357, 359-360]. Los líderes SS de segunda y
tercera fila directamente implicados en la “Solución Final” fueron sin
duda alguna ellos mismos los que estaban cumplimentando “el deseo del
Führer” (Fleming, Hitler und die Endlösung,
pp. 119-126). No hay razón para dudar que tenían razón, y que la
autoridad de Hitler -muy probablemente dada como consentimiento verbal a
las propuestas que frecuentemente le presentaba Himmler- estaba detrás
de cada decisión de magnitud e importancia.
A Hitler se le
mantuvo informado de la escala de la “extracción” de los judíos, algunas
veces al detalle. El 29 de diciembre de 1942, por ejemplo, Himmler le
entregó un informe, uno de una serie, de “bandidos” liquidados en Rusia
meridional y Ucrania durante los tres meses previos. El total
“ejecutado” cifraba 387.370. De esos, 363.211 eran judíos [Berlin
Document Center, SS-HO, 1238, Reichsführer-SS, December 29, 1942,
“Meldung an den Führer über Bandenbekämpfung,” un informe presentado a
Hitler el 31 de diciembre de 1942; reproducido en Fleming, Hitler und die Endlösung,
lámina 4 (entre las pp. 128 y 129)]. Era una clara indicación de que,
como Hitler había acordado con Himmler un año antes, los judíos estaban
siendo exterminados en el este “como partisanos” (Der Dienstkalender Heinrich Himmlers,
p. 294). Pero a finales de 1942 la matanza ya no estaba confinada al
este, y ahora se extendía sobre gran parte de la Europa ocupada por los
nazis. Y cuando Hitler repitió su “profecía”, en su discurso a la “Vieja
Guardia” del Partido en Munich el 8 de noviembre, según el cálculo de
la SS cerca de cuatro millones de judíos estaban muertos (Hitler. Reden und Proklamationen, vol. 4, p. 1937; Der Dienstkalender Heinrich Himmlers, p. 73).
Hitler
continuó estando estrechamente involucrado en la “Solución Final”. El
patrón es ahora familiar. En línea con su “profecía”, el propósito de
Hitler de “extraer” -que ahora, nadie dudaba, significaba matar- a los
judíos de Europa estableció el marco. Dentro de esta instrucción
general, una propuesta de radicalización sería presentada luego a Hitler
para tratar algunos aspectos específicos del problema general. Hitler
daría su aprobación. Seguiría la acción. De esta forma, consintió en
septiembre de 1942 una propuesta de Goebbels para sacar a los judíos de
la industria de armamentos y transportarlos al este. La reunión de esos
judíos siguió en enero de 1943 (Longerich, The Unwritten Order,
pp. 109, 114). En diciembre de 1942, Hitler accedió a la solicitud de
Himmler para “suprimir” a 600.000-700.000 judíos en Francia, donde la
parte meridional del país estaba también ahora bajo ocupación alemana (y
parcialmente italiana). Sólo las dificultades diplomáticas de la
deportación con italianos y franceses evitó la ejecución de la orden
(Madajczyk, “Hitler's Direct Influence on Decisions Affecting Jews,”, p.
64; Longerich, The Unwritten Order, pp. 115, 120).
A
medida que la guerra se volvió contra Alemania, se intensificaron esas
dificultades diplomáticas. Los aliados de Hitler, mirando al futuro
pos-nazi, se volvieron cada vez más menos dispuestos a deportar a sus
judíos a las cámaras de gas. Tras la crisis militar alemana que siguió a
la catástrofe de Stalingrado, Hitler intervino personalmente para
intentar persuadirlos de ser más cooperativos. Obsesionado como siempre
con la noción de que los judíos demoníacos estaban supuestamente detrás
de la guerra, presionó a sus aliados rumanos y húngaros para agudizar la
persecución. Su lenguaje, cuando se dirigió al líder húngaro, almirante
Horthy, a mediados de abril de 1943, fue especialmente despiadado.
Hitler lo urgió, en vano, a adoptar la postura más dura hacia los
judíos, mencionando que los judíos polacos estaban siendo tratados igual
que un bacilo tubercular que ataca cuerpos sanos (Andreas Hillgruber,
ed., Staatsmänner und Diplomaten bei Hitler. Vertrauliche Aufzeichnungen über Unterredungen mit Vertretern des Auslandes 1942-1944.
Frankfurt am Main: Bernard & Graefe, 1970, pp. 256-257). Un mes más
tarde, hablando con Goebbels, Hitler comparó a los judíos con insectos y
parásitos, declarando “a los pueblos modernos no les queda más remedio
que exterminar a los judíos” (Die Tagebücher von Joseph Goebbels, Part II, Vol. 8, p. 288).
La
profecía, ahora esencialmente un cliché usado para legitimar a otros y a
él mismo que la guerra que él había lanzado, que estaba llevando a
Alemania más cerca de la perdición, había sido inevitable y merecida,
evidentemente todavía estaba profundamente incrustada en la psique de
Hitler. El 26 de mayo de 1944, se dirigió a una gran reunión de
oficiales superiores en el Obersalzberg, en Berchtesgaden. En un pasaje
central de su largo discurso, se refirió al tratamiento de los judíos.
La vieja noción que lo había poseído desde 1918 de los judíos como una
traicionera quinta-columna de sediciosos y revolucionarios en el frente
interno fue expresada una vez más. La extracción de los judíos había
eliminado este peligro dentro de Alemania, declaró. Se defendió contra
las sugerencias en cuanto a que se podía haber logrado de forma más
humana al subrayar una vez más la guerra como un todo o nada, lucha de
vida o muerte, dando una visión apocalíptica de lo que sucedería si los
enemigos de Alemania salieran victoriosos, y hablando de los horrores
del bombardeo de Hamburgo y otras ciudades, resumiendo: “Toda esta
bestialidad ha sido organizada por los judíos”. Por tanto, los
sentimientos humanitarios, razonó, eran “crueldad hacia el propio pueblo
de uno”. Continuó insinuando la acción que iba a tomarse contra los
judíos en Hungría -la espantosa destrucción de la judería húngara se
extendería realmente a las pocas semanas, tras la presión directamente
impuesta por Hitler (Fleming, Hitler und die Endlösung,
p. 173; Madajczyk, “Hitler's Direct Influence Affecting Jews,” p. 67)-
para extraer lo que llamaba “una red sin costuras de agentes y espías”.
Fue en este punto cuando regresó una vez más a su “profecía” de 1939 de
que en caso de guerra no la nación alemana sino la judía misma sería
“erradicada”. La audiencia de los oficiales de la Wehrmacht respondió
con clamorosos aplausos [Hans-Heinrich Wilhelm, “Hitlers Ansprache vor
Generalen und Offizieren am 26. Main 1944,” Militärgeschichtliche Mitteilungen, 2 (1976), p. 156; e idem, “Wie geheim war die Endlösung?” en Miscellanea: Festschrift für Helmut Krausnick zum 75. Geburtstag, editado por Wolfgang Benz. Stuttgart: Deutsche Verlags-Anstalt, 1980, pp. 134-136].
Seguiremos con la última traducción.
JL